Títulos
Marco Provencio / Milenio
En febrero de este año, al inicio de la carrera presidencial, decía el presidente Fox, para sorpresa de muchos, que al término de su mandato se iría al rancho “a escribir un libro”. En Chihuahua, con la soberbia propia de quien se consideraba indestructible, López Obrador ironizaba sugiriendo diversos títulos para “tan profunda obra”. Algunos de los que proponía versaban algo así: “Cómo acabar con las esperanzas de un pueblo en cinco años” o “Cómo intentar gobernar con una pareja presidencial”. Un concurso nacional en la materia hubiera generado una multiplicidad de propuestas que, viniendo del interminable ingenio mexicano, construirían por sí mismas una gran biblioteca.
Ahora, después de lo atestiguado este lunes recién, también hay mucho ingenio buscando el mejor título para la puesta en escena de la ascensión al trono de Andrés Manuel I. Ésta se llevó a cabo sin importar que, de manera abrumadora, diversas encuestas muestren el rechazo general hacia su postura. La encuesta GEA/ISA, presentada en estas páginas el mismo lunes, dice que 73% de la población rechaza la auto proclamación del emperador y cómo éste ha perdido su enorme nivel de popularidad de hace un año para convertirse hoy en día en el político con peor imagen en el país. Claro está que los noroñas del círculo cercano a López Obrador desconocen estas encuestas, como desconocían aquellas serias previas a la elección. En su pecado llevan su penitencia. Hay quienes, en efecto, no desean nunca ser confundidos con los hechos; quieren simplemente mantener su opinión como si fuera el espejo de la realidad.
Así las cosas, poco importa que cada vez más la izquierda en México esté volviendo a quedarse sólo con el llamado “voto duro” que por muchos años fue su camisa de fuerza. Éste no es despreciable y sí es real, pero no la hace una opción seria de gobierno.
Por lo visto, López Obrador espera que se le nombre con la misma solemnidad y respeto con la que nuestros mayores se referían en tiempos idos “al eterno”, así, sin mencionarlo por su nombre sino como una mística derivación del salmo 72:17 “… y será su nombre para siempre”. López Obrador espera, pues, que se le nombre “el legítimo”. Así, sin más.
¿Pero puede ser legítimo quien desconoce las instituciones? ¿Quien hace del incumplimiento de la ley su forma de vida? ¿Quien en su momento gobernó con un nivel de autoritarismo pocas veces visto en el pasado reciente? ¿Quien secuestró la arteria principal y el corazón de la misma ciudad que votó por él? ¿Puede ser legítimo quien perdió las elecciones y no pudo comprobar en absoluto un supuesto fraude (el único fraude comprobado fueron los dizque diez puntos de ventaja de las misteriosas encuestas que nadie vio más que el candidato perdedor)? Vaya, cuando alguien jura sobre una “Constitución General de la República” que evidentemente no existe da para pensar: a lo mejor López ya redactó su/nuestra Constitución en una tarde de inspiración literaria (la nuestra, la verdadera, la vigente, es la “Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos”, por si hace falta).
Pero el tema relevante sigue siendo el futuro del país y no la tragicomedia en la que se envuelven día a día algunos actores políticos y sus seguidores. En una democracia no hay lugar para la farsa que atestiguamos hace unos días; no hay lugar para la amenaza que caracteriza a los radicales del movimiento lopezobradorista. El supuesto intento de evitar que Felipe Calderón asuma la Presidencia con todos los honores y protocolos del caso no sumará un ápice para que el nuestro sea un país con menos pobreza, con menos atropellos de los derechos de las personas, con menos inseguridad para todos. No hará nada para mejorar la educación, para corregir la tremenda desigualdad del ingreso que nos caracteriza, para generar cuando menos la sensación de un país más justo, con esperanza de justicia y bienestar para todos. Y no podrán pensar los perpetradores de un escándalo en el Congreso que saldrán impunes de sus actos. Los ciudadanos cobrarán caro la afrenta con la mejor arma a su disposición, el voto. Ya se vio un primer aviso en Tabasco. ¿Cuántos más necesitan?
mp@proa.structura.com.mx
En febrero de este año, al inicio de la carrera presidencial, decía el presidente Fox, para sorpresa de muchos, que al término de su mandato se iría al rancho “a escribir un libro”. En Chihuahua, con la soberbia propia de quien se consideraba indestructible, López Obrador ironizaba sugiriendo diversos títulos para “tan profunda obra”. Algunos de los que proponía versaban algo así: “Cómo acabar con las esperanzas de un pueblo en cinco años” o “Cómo intentar gobernar con una pareja presidencial”. Un concurso nacional en la materia hubiera generado una multiplicidad de propuestas que, viniendo del interminable ingenio mexicano, construirían por sí mismas una gran biblioteca.
Ahora, después de lo atestiguado este lunes recién, también hay mucho ingenio buscando el mejor título para la puesta en escena de la ascensión al trono de Andrés Manuel I. Ésta se llevó a cabo sin importar que, de manera abrumadora, diversas encuestas muestren el rechazo general hacia su postura. La encuesta GEA/ISA, presentada en estas páginas el mismo lunes, dice que 73% de la población rechaza la auto proclamación del emperador y cómo éste ha perdido su enorme nivel de popularidad de hace un año para convertirse hoy en día en el político con peor imagen en el país. Claro está que los noroñas del círculo cercano a López Obrador desconocen estas encuestas, como desconocían aquellas serias previas a la elección. En su pecado llevan su penitencia. Hay quienes, en efecto, no desean nunca ser confundidos con los hechos; quieren simplemente mantener su opinión como si fuera el espejo de la realidad.
Así las cosas, poco importa que cada vez más la izquierda en México esté volviendo a quedarse sólo con el llamado “voto duro” que por muchos años fue su camisa de fuerza. Éste no es despreciable y sí es real, pero no la hace una opción seria de gobierno.
Por lo visto, López Obrador espera que se le nombre con la misma solemnidad y respeto con la que nuestros mayores se referían en tiempos idos “al eterno”, así, sin mencionarlo por su nombre sino como una mística derivación del salmo 72:17 “… y será su nombre para siempre”. López Obrador espera, pues, que se le nombre “el legítimo”. Así, sin más.
¿Pero puede ser legítimo quien desconoce las instituciones? ¿Quien hace del incumplimiento de la ley su forma de vida? ¿Quien en su momento gobernó con un nivel de autoritarismo pocas veces visto en el pasado reciente? ¿Quien secuestró la arteria principal y el corazón de la misma ciudad que votó por él? ¿Puede ser legítimo quien perdió las elecciones y no pudo comprobar en absoluto un supuesto fraude (el único fraude comprobado fueron los dizque diez puntos de ventaja de las misteriosas encuestas que nadie vio más que el candidato perdedor)? Vaya, cuando alguien jura sobre una “Constitución General de la República” que evidentemente no existe da para pensar: a lo mejor López ya redactó su/nuestra Constitución en una tarde de inspiración literaria (la nuestra, la verdadera, la vigente, es la “Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos”, por si hace falta).
Pero el tema relevante sigue siendo el futuro del país y no la tragicomedia en la que se envuelven día a día algunos actores políticos y sus seguidores. En una democracia no hay lugar para la farsa que atestiguamos hace unos días; no hay lugar para la amenaza que caracteriza a los radicales del movimiento lopezobradorista. El supuesto intento de evitar que Felipe Calderón asuma la Presidencia con todos los honores y protocolos del caso no sumará un ápice para que el nuestro sea un país con menos pobreza, con menos atropellos de los derechos de las personas, con menos inseguridad para todos. No hará nada para mejorar la educación, para corregir la tremenda desigualdad del ingreso que nos caracteriza, para generar cuando menos la sensación de un país más justo, con esperanza de justicia y bienestar para todos. Y no podrán pensar los perpetradores de un escándalo en el Congreso que saldrán impunes de sus actos. Los ciudadanos cobrarán caro la afrenta con la mejor arma a su disposición, el voto. Ya se vio un primer aviso en Tabasco. ¿Cuántos más necesitan?
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